Miraste hacia adentro de esos helados ojos del corazón abandonado y entonces pudiste cerrarlos, cociéndolos con hilo de pestañas.
Regresaste al sueño que se escondió en las sabanas rojizas del rincón de aquella casona donde solías abandonar al mundo entero, como queriendo borrar los folios memoriales de viejas suertes, de charcos de agua pasada.
El dolor termina alcanzando esas maliciosas manos que inútilmente te esfuerzas en ocultar; ya luego será el pequeño hoyo negro entre los pechos quien te obsequiara la sal de despinte la fachada.
Nunca la costumbre encontraras en esas rocosas líneas indeseables y necesarias, sin embargo adicto a ellas te veras.
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