lunes, 9 de enero de 2012

No es que no lo sepa.

No es que no lo sepa, hago como que no lo sé, como que no sé que me engañas, que juegas a la doble vida, lo sé, siempre lo he sabido, desde aquellas primeras hace ya unos lejanos veinte años. He sabido de cada una, las he contado, veintiséis en total, casi una por año, alguno con dos a la par. No puedo no recordar a Sofía, cuan enamorado estuviste de Sofía, no te podías concentrar, me abrazabas con euforia, con ojos de Sofía, porque ya en la intimidad, abrazados, haciéndonos el amor, amabas a Sofía, la pensabas, la ponías en mi cuerpo y yo jugaba a ser Sofía, me entretenía, me gustaba se alguien más, ser Sofía, me sentía con esos años menos y la figura estilizada y perfecta que dan los diecinueve, a veces, caminando en la calle o en el super intentaba ser Sofía, caminaba por la calle fresca , cándida y ávida de placeres. Pero Sofía se fue, no duro mucho, cinco meses y ese enamoramiento se te acabó y también, penosamente, tuve que enterrar a Sofía, y me dolía, y entonces si me ponían mal tus juntas por la noche, tus reuniones de amigos que no existían, me ponía mal que me rebajaras a una Rebeca,o a una Leticia, o a una Carmen, o a una Monica, porque ninguna era más bella que yo, eran simplonas, eran sin nada.
Cuatro años más tarde, luego de una Alicia, llegó Jade a nuestras vidas. Ahí estabas tú de nuevo con suspiros de adolescente, con divagaciones a la mesa, con los ojos cerrados en la cama, en mis abrazos. Jade con sus tiernos pero ya vividos veinticinco años te hizo afeitarte la barba, cambiar aseñoradas corbatas por elegantes camisetas y a mí, a mí me dio un corte y color nuevo en el cabello. Supe casi desde el principio que Jade sería importante, superando por mucho a Sofía y lo debo confesar, sentí algo de miedo, miedo a que te llevara completamente con ella, entonces me volví mañosa, dándote chantajes sentimentales en el cereal de la mañana.
Nuestros hijos ya no eran unos niños, ya no te necesitaban a su lado forzosamente. Entonces me convertí en Jade, y me esforzaba por se más Jade que ella misma, pero no pude evitar ese par de vacaciones con ella en Europa y Los Cabos. Cuanto lloré aquellas semanas, lloraba amargamente, ni siquiera entiendo bien porqué lloraba, pero se me incrustó un terrible infantil de abandono, por primera vez me sentía abandonada, esta ocasión ni las tarjetas, ni mis desayunos me hacían sentir mejor, tuve tanto terror que jamás habría conseguido imaginar que sería ella quien te dejaría un mes después de los hermosos Cabos, Jade termino siendo más Jade que yo con todo y mis esfuerzos, ella resultó más inteligente y práctica. Y ahí estaba yo intentando suavizarte el enojo, la depresión, la irritabilidad del diario por su partida. Intenté conservarte a Jade en la habitación, en el subconsciente mientras se te moría el amor por ella, y es que a ella con cuanta pasión la besabas.
Un año completo te tomó desprenderte, un año sólo conmigo y con mis tintes difuminados de Jade. Compramos muebles nuevos, vistamos Grecia, tuvimos un fabuloso año de casados, casi como si apenas estuviéramos conociéndonos, y quizá sí, quizá si era eso lo que ocurría, pero con todo y lo placida que me sentía nunca me acostumbre a ello, estaba segura de que terminaría, puedo decir que me hubiese encantado tener otro más como ése, o que se prolongara a tres, tal vez hasta cuatro, pero entonces hizo su incursión Elena.
Desprecié a Elena desde el comienzo, no por haberle dado fin a nuestra "Luna de Miel", la desprecié por lo ordinario de su persona, porque no concebía a una Elena luego de Jade, luego de mí. Fue sólo con ella con quien encontrabas mis malas caras en tus llegadas a las dos de la mañana, o mi sarcasmo en el desayuno, un sarcasmo bastante bien maquillado, de tal manera que culpabas muy seguro de ti mismo a mi no muy lejana menopausia de mis malos humores. Elena aún siendo tan obviamente burda vivió en nuestras vidas casi un año y medio, un año y medio que me amargaron un tanto el espíritu, hasta que por fin desapareció y a mí me llegó una satisfacción indecible, porque fueron muchos mese sin ser yo, sin ser el dibujo de nadie.
Los años se iban como agua, uno todavía más delgado que el anterior. No había manera de detener el paso del tiempo por mi rostro, por mis senos, por mi salud, los males comenzaron a invadirme uno a uno, encaminándome a la inevitable vejez cenit que algún día llegará. Con nuevas arrugas en el rostro y cada vez más medicamentos en el buró mientras se colaban en tus sueños y en los míos Tania, Elizabeth, María, Úrsula, Abigail, Diana, Teresa, Cristina, Salome, Pilar y Karla. Todas ellas tan pasajeras, tan de oficina, no más. Ambos recordábamos a Jade, y yo, algunas ocasiones a Sofía. Tú reafirmabas tu masculinidad con todas ellas, experiencia, sabiduría y madurez, a mí, a mí se me tupía el cabello de canas y necesitaba más maquillaje con cada día, con da una de ellas, con sus esqueletos en mi piel. Pero seguía ahí, continúo aquí, a tu lado, en esta cama que se hizo más grande con las décadas, con recuerdos de lo que eran tus besos, de lo quera nuestra intimidad, porque hasta sábanas separadas coloqué para no destaparnos por la noche, con las mismas excusas de madrugada que ya ni si quiera te pido, que las dices como un paso más de nuestra rutina, escusas que ya ni escucho, porque ya no te espero despierta.
Aurora, la última y Gloria, Gloria que descarada e intencionalmente deja su lápiz labial por algún lugar de la camisa, Gloria con su saluda tan sobradamente cordial de todas las mañanas al pasar a dejar tu café insípido que también es parte de nuestra rutina de todos los días.
Aquí estoy yo, yo que soy una extensión de ti, que nunca te aprendí nada, que nunca pude tener a nadie más, yo que tristemente no he tenido una vida propia, que no logré en estos mis cincuenta y cuatro años convertirme en una persona, en algo que no fuera el concepto perfecto de tus necesidades, en un molde detallado de tus gustos, de tu caprichos, de todo lo que eres tú; yo un reflejo borrosos de ti, que cobraba algo de vida hurtando pedazos de Sofía, de Jade; que vivía por medio de ellas; yo que ahora te digo que no soy ninguna persona, que necesito hacerte comprender que continuaré aquí, porque no tengo más nada que hacer, porque ahora si temo ser absolutamente remplazada por una piel joven ya sin los hijos en casa; yo seguiré siendo el modelo sofisticado que todo empresario maduro necesita para sus reuniones con veteranos. Sigo para ti, de ti.

martes, 3 de enero de 2012

R.V. III

Matar para vivir, esa es nuestra religión. Lo entendí desde el primer segundo y la lástima se me desvaneció. Para los asesinos sólo hay una cosa segura, la soledad, la vida eterna te la obsequia.
Cuando la conocí devolvió a mí un lejano sentimiento humano, ya muy olvidado. Quedé prendada a ella al instante en que miré sus ojos. Me recordaba tanto a mí, a lo que fui antes de ponerme en las manos nocturnas.
Solene y sus bellos dieciséis años, tenía la hermosura de la vida que uno busca en alguna parte del camino.
La enamoré tan pausadamente que ni supo cuando lo conseguí, y ese proceso tan delicado me podía fascinar. Fue cosa de meses, muchos de ellos. Solene escapaba de casa cada noche para encontrarse conmigo en aquel puente abandonado. Caminábamos, reíamos, a veces sólo apreciábamos en silencio la noche.
Solene encontró en mí la cómplice, consejera y amiga que no poseía en su vida. La experiencia en mis palabras la hacían regresar conmigo cada noche hasta aquel día que me invitó a su habitación, para entonces, tenía ya decidio llevarla a mi lado. Me obsequió lo más preciado que poseía, su intimidad, y así, como algo verdaderamente invaluable la recibí. Ahora lo pienso bien, pobre Solene mía que no le permití conocer mucho más.
Le expliqué que a pesar de que mi decisión era suficiente, le regalaría el beneficio de la elección y lo decidió, fue ella misma quien me suplicó llevarla conmigo.
Algo salió mal, su primer noche fue un terror para ella, se lamentó de inmediato, me desarmó por entero, me vació las posibilidades, no hallaba como explicarle todo, nunca lo hallé.
Permaneció encerrada por tres semanas casi muriéndose, no aceptaba alimento ni mi presencia, y yo me perdí, huí de cualquier pensamiento.
Ese miércoles Solene me sorprendío con su presencia al pie de la estancia, con una voz muy fría me dijo -Tengo hambre-, temerosa y confudida la llevé hasta lo que fue su primer víctima.
Recuerdo como intentó convencerme todo ese año de que en verdad lo aceptaba, pero era inútil, su mirada perdida al encontrarse con jovenes que tenían su edad, la edad que nunca dejaría me rebelaban la realidad.
Me enfríe, mis apapachos y cariños para Solene habían casi desaparecido hasta el momento en que le descubrí una sonrisa malévola.
Entonces comenzó la aventura, Solene y yo nos volvimos la mezcla perfecta para aniquilar, con ello llegaron noches y noches de juego maldito, era eso, nuestra maldad la que nos devolvía el amor.
Tan ansiosa mi Solene no se cansaba de escuchar mis historias. Amante del arte, me obligaba con sonrisitas y hermosos chantajes a contarle de cada surgimiento, las construcciones góticas, el romanticismo, la época del Rey Sol, el apenas no muy viejo impresionismo, todo, y yo la amaba más con cada pequeño detalle que iba aprendiendo.
Pasaron mucho años, no tantos, treinta y cinco para ser precisos, Solene comenzaba a divagar, se esclavizó a las fantasías con su posible edad humana, en ese preciso momento tuve una alerta, Solene se volvía infeliz. No podía permitirlo, para qué se quiere una eternidad si se va a sufrir de esa manera.
Me volví total y absolutamente complaciente hasta el punto en que dejé de ser su amor y compañera para convertirme en una sirvienta, y es que en verdad vivía, despertaba cada noche para servirle a Solene y a sus cada vez más exigentes caprichos. Nada funcionaba, Solene simplemente se convertía en algo que odiaba.
Entonces cambié de estrategia, solté a Solene para que aprendiera a conseguir todo por ella misma, intentando que encontrara en eso tan elemental el gusto por esta vida.
Comencé a moverme por mi cuenta, había días que ni si quiera nos mirábamos, me escondía de ella aunque siempre me aseguraba que se encontrase en su ataúd antes de que ir a dormir. Le resultó difícil, me pedía no la abandonara, incluso hubo lágrimas. Poco a poco le llegó la independencia hasta la noche en que tuvo el suficiente valor para no volver a casa y dormir fuera, escondida en algún lugar, recuerdo cuanto enfurecí, enardecí pero de dolor, mi Solene se desprendía de mí, y no tenía más remedio que ocultarle mi tristeza disfrazándola incluso con frialdad.
El tiempo no paraba de correr, Solene y yo nos convertimos prácticamente en conocidas.
Un diecisiete de abril quedó atesorado en mi memoria. Solene llegaba de cazar, agota y embriagada de tanta sangre, yo, sentada al pie del balcón. Se incó a mi lado y beso mi mano, al voltear encontré esa mirada de antaño, esa que me había enamordo.
-Me haces falta. Ni sé en que punto sucedió. Te extraño amor mío- Dijo Solene.
Tan solo le tomé la mano y cerré los ojos, ahí nos quedamos largo rato y nos marchamos en silencio, esa noche dormimos juntas, abrazadas, sin quejas ni sonrisas.
Al despertar Solene ya había salido. Ni hablamos nada las noches siguientes, pero si nos volvió la amabilidad.
Fue por octubre de ese mismo año cuando Solene cambiaba nuevamente. Estaba feliz, radiante, se acercaba a mí con un toque de niñez, pero se negaba a contarme sus paseos. Me desconcertaba tanto que tuve que seguirle para descubrir lo que su callada boda no me decía. Allí comenzó mi tormento y la cuenta regresiva. La encontré con él, identifiqué de inmediato su comportamiento, era yo tratando de enamorar a Solene, era Solene enamorando a ese chico. Como aguijón me envenenó esa imagen la cabeza. Al volver Solene se encontró con alguien muy diferente, encontraba a la envidiosa y posesiva de mí. La atemoricé de inmediato, haciéndole saber que conocía lo que celosamente me ocultaba y le tenía tan feliz. Echó a mis pies suplicándome por la vida de aquel mortal, gritó cuanto le amaba y lo que estaba dispuesta a hacer por él. Éso sólo me helaba el alma aún más y ahí es cuando verdaderamente perdí la batalla con Solene, debí salir corriendo a darle muerte al insolente aquel, pero no lo hice, tan sólo me marché sin decir palabra.
No volví hasta el verano siguiente, anduve por Bruselas, Rusia, Brasil y me interné en Cuba los últimos días. Como lo temía, Solene seguía con él. Le sorprendió mi regreso de la misma manera que al asustó,pero Solene era ahora mucho más fuerte, el amor le fortaleció el espíritu y de inmediato me advirtió no permitiría le hiciera daño.
Le hice bajar la guardia y le pedí confiara en mí. Le dije cuan ansiosa estaba por conocer a quien me había robado su amor, inventé -algo recuerdo- un amor, un Parisino coqueto que me tenía distraida -dicho Parisino si existió pero sólo estuvo a mi lado un par de semanas-. Solene accedió más como queriendo creerme que creyéndome realmente.
Me llevó con Andru, vigilante a todo momento.
Andru sabía quien o qué era Solene y desde luego todo sobre mí. Hay dos palabras que describen a Andru, apasionado y entregado. Amaba casi tanto como yo a Solene y de la misma manera estaba dispuesto a cuanto fuera por ella.
Solene era hermosa, más hermosa con el paso de los años y de la sangre. Tenía una piel exquisitamente blanca, láctea. Ojos grandes de miel con unas pobladas y risadas pestañas que le extendían la mirada al cielo. Boca grande y rosada. Unos risos que el colgaban tras las orejas, sus risos de oro negro, tan negro como la noche. Su delgada figura. Sus manos perfectamente esculpidas. Y ese perfil suyo de figura griega. Fue su congelante figura quien me llevo a ella y la hermosura interna que destilaba por los poros fue quien evito que de ella me alimentara.
Continúe cerca de ellos como tratando de ganar tiempo, como esperando una salida inesperada y afortunada.
Solene, a unas cuatro de la mañana muy amargas, me pidió le explicara como debía hacer para llevarlo consigo. Enloquecía, exploté colérica.
-Jamás lo tendrás, no puedes ni serás. Te condenaste a amarle, sufre entonces la eternidad entera luego de que tengas que presenciar su envejecimiento y muerte. Se irá y yo seguiré aquí, por más que lo detestes- Le grité eufórica y bestialmente.
Solene me miró como nunca lo había hecho, con odio, esa fue la última cara que conservo de ella, lo último que me dio. Salió corriendo y yo tras ella. Con la lengua predije mi propio calvario, fueron mis palabras quienes describieron mis propia agonía.
Ha distancia presencia su abandono. Solene dándose muerte con estaca al corazón acompañada por su Andru envenenado, fueron mis ojos los que miraba su extinción y nada pude hacer.

R.V. II

Lo decidí ya, lloraré tu muerte con sangre, con la sangre que me cruce de frente. Un vulgar mortal te arrancó de mí, no merece mi condescendencia su especie.
Tan repentina pero cierto, ese día murió lo poco romántico que se había instalado, despertó la bestia, la criatura asesina que en realidad soy.
Me sentí invadida de venganza, pero una venganza a mí misma, alexionándome por haber cedido mi sangre fría a una ridiculez mortal.
Tenía muy claro que la culpa no era de él, quien le había dado muerte, la dolorosa realidad era ella quien eligió acabarse antes de perderle, de mirarlo morir por una vida humana que Solene no podía cambiarle.
Languidecí mucho antes, cuando le permití a Solene socializar con él, con Andru, tan bello Andru, tan peligrosamente persuasivo.
La experiencia y astucia no es un don de especie, es algo que sólo los años te dan y yo, desde el primer segundo en saber de Andru supe que sería mi calamidad.



R.V.

Desperté y allí estaba el pobre, congelado de terror, sabrá cuantas horas llevaba consciente, atado y teniendo como paisaje el cadáver desnudo de Melissa tendido en la cama frente a él.
Sobre rodillas para estar todavía más cerca. Ese miedo me encanta.
Desaté su mordaza, obviamente no dudo en gritar, hasta conservar un poco la calma, entonces le expliqué : Existen sólo dos opciones para está linda noche, todo puede terminar muy rápido o podemos tener un ficticio ritual civilizado.Le dije - No volverás a casa Lionel, será mejor que intentes disfrutarlo-. Se encontraba tan alterado que le solté para darle un poco de tranquilidad, ni fuerza tenía para correr, aunque sí lo intento.
Desde siempre he sido muy impaciente, décadas atrás no habría concedido tanto tiempo a un joven, con el tiempo me fui relajando el espíritu tan apresurado.
Aceptó -más abandonado de la razón y aferrado a la breve esperanza de salir bien librado-, aceptó y hasta la ducha le ofrecí.
Saqué a Luis y a los demás cadáveres, debía librarme de ellos antes de que despidieran fétidos aromas por la casa. Apilados todos y por último Melissa, ya muerta adquiría un brillo macabramente hermoso, hasta lástima pude sentir. Una vuelta fugaz al tiradero en las afueras de la ciudad y fuego.
De vuelta en el cuarto de baño con Lionel, Lionel tan lloricón que me ha resultado, no se desprende de la regadera intentando evitar lo que le continúa, pero está bien, esa noche no había ganas de salir a cazar; vino, velas, era todo lo que me apetecía. Hubo que ponerse estricta con Lionel, si no le hacía tranquilizar entonces por terror lo haría obedecer. Bien vestidos a la mesa, con copa en mano.
-Habla, di algo, no estás vivo para cautivar tu silencio, vamos di algo, este silencio ridículo me irrita- Le dije ya con voz molesta.
No logré entender casi nada de su balbuceo cobarde.
-Mis padres deben estarme buscando -dijo llorosamente.
-Oh, sí lo han hecho -le interrumpí- ese móvil tuyo hubo que arrojarlo por la ventana, no paraba de timbrar y molestar.
No dejaba de llorar, entre lloriqueos y rezos acabo con mi paciencia.
-Suficiente, eres más bello que interesante-Grite. Me levanté para alimentarme directo de su yugular, sus gritos ni siquiera me dieron goce, fue una gran decepción, se convirtió en simple comida congelada.
Le quemé allí mismo por pedazos en mi chimenea. El resto de la noche no hice más que mirar la Luna en su cuarto creciente por mi ventanal.
Te extrañaba, te necesitaba tanto o más desde que te perdí, nada llenaba el hueco, no lo hacía la sangre, qué más podría hacer para sanar.
Me marché a dormir, ni un minuto más despierta para extrañarte.

lunes, 2 de enero de 2012

Reminiscencias Vampíricas.

Desperté esa noche mareada, no me había levantado bien hacía mucho tiempo, muchos años, casi un siglo entero.
Lo supe al primer segundo, mi alma aún lloraba su ausencia.
Salí a comer lo primero que me cruzo de frente, ese gusto mío tan exigente y quisquilloso está mudo desde aquella noche, me alimenté sólo por la vil necesidad.
Pese al debilitado cuerpo anduve por muchos lugares sin mirar nada en concreto.
Pasaron seis noches, eso creo, dormí por seis o más noches consecutivas, lo que no es difícil de entender cuando se tiene una pena como la que cargo.
Me levanté débil y tan hambrienta como pocas veces.
Esta vez sí me ordene el cabello y la ropa tenía perfecta armonía. Salí, ahora sí me pedía algo más específico el paladar, parecía que comenzaba a sanar.
Pasé casi de largo por muchos bares y algún café hasta encontrar justo lo que deseaba, podía olerlo a distancia. Unos treinta y cinco aproximadamente, muy limpio y perfumado, y tal vez el único sin un tabaco en la mano. A sólo dos mesas de mi cena, me hacía cosquillas ya la lengua. Le miré directo a los ojos, éso y una coqueta sonrisa, no se necesita más hoy día. Al tenerlo tras esa puerta ya me nacían las antiguas gulas. Siempre que me alimento me aseguro de no dejar ninguna huella, en estos tiempos modernos, la caza no resulta tan inexplicable, así es que un beso, tomarle todo por la punzante lengua es casi la única opción discreta. Tuve tiempo de tomar una copa más antes de marcharme. Unas cuadras adelante comencé a escuchar a la aterrada multitud, no pude evitar sonreír.
Evidentemente no fue suficiente, tantas noches de sueño me exigían más; será una noche larga - me dije con algo de aliento-.Pero esta vez quería mayor soltura, tomarme mi tiempo y directo a la yugular.
Llegué a un lugar de baile y mucho alcohol. No tardé casi nada en encontrar un pequeño grupo de amigos que sólo se hacían acompañar por una chica. Me acerqué con una de mis favoritas, fingir un acento extranjero y poner mi mejor cara de inocencia con el ya tan bien estudiado argumento de nada conocer. Debo admitirlo, me encantan ese tipo de juegos. Bebimos, bailamos, hasta intentaron enseñarme cosas del lenguaje local, y yo, fascinada repitiéndoles cuanto me decían. La cosquilla ansiosa me daba piquetes nuevamente. Cinco, seis con ella, ella, ella sí que era inocente, tan pequeña ella, tan sólo dieseis, con unos senos perfectamente redondos que la alejaban de esa edad.
Nada difícil fue convencerles de ir a mi departamento. Sí lo sé, parece un exceso, pero tomaría a uno por cada noche y MelisSa, Melissa sería mi delicioso postre. Quedaron encantados con mi Luis XV y mi Van Gogh. Estaban ahí y yo decidida a disfrutar de ellos.
Primero Luis, ese barbaján cuarentón queriendo recuperar su juventud entre veinteañeros. Era como su pequeña bandada de pillos, él de cierto modo asumía el liderazgo, les hacía creer que era su experiencia quien debía guiarlos, pero no, su experiencia eran tan pobre y escasa que ahí, intentando seducirme, con un pequeño guiño corrió desesperado tras de mí. Intento darme lecciones sobre como tomar a alguien, fue tan torpe que me desespero y le arranque a tragos esa bribonidad y presunción que se traía a cuesta; el baño quedó limpio naturalmente, con un aparente excedido en copas dentro de la bañera.
Melissa seducía mis sentidos pero tocaba el turno de Demian.
Mi Demian de veintiocho años, me había gustado desde el principio. Alto, tan blanco, con ese azul aperlado en los ojos y su cuerpo torneado. Tal vez no acabaría con él, podría dejarle moribundo, más al punto de la vida que de la muerte para tenerle más conmigo.
Ya eran cuatro treinta y cinco de la madrugada, no podía demorar mucho tiempo más.
Lo llevé de la mano hasta la habitación y sí, decidí sedarle para después,formol es algo que no debe faltar en el botiquín, me encargaría de amordazarle antes de dormir.
Al volver Justin se tambaleaba hasta la puerta, al parecer debía regresar a casa, de ninguan manera le dejaría ir. Le conducí al cuarto de huéspedes argumentándole que estaba lo suficientemente ebrio como para marcharse. Dejé que se acostara y de inmediato me fui sobre él.
Salí ya un poco saciada, pero aún estaban Lionel y Rodrigo, claro y la tierna Melissa.
Comencé a besar a Lionel y pedía a Melissa hiciera lo mismo con Rodrigo. Ya eramos sólo cuatro en esa fiesta, los inquietos jovencillos no se negaron ni por un segundo a la invitación de esa posible fiesta orgiástica.
Ordené a Melissa fuera a mi estudio a traer cuatro botellas de vino tinto, la pobre tuvo que sostenerse de paredes y cuanto podía.
Entonces inicié, les regalé uno de sus mayores deseos de pubertad, una linda mujer para ellos, dispuesta a todo. Besos, caricias, carne, manos por todas partes y los chicos con la mayor de sus excitaciones. Primero Rodrigo, un orgasmo y ni siquiera notó el ataque; luego Lionel, alardeando de su victoria sobre Rodrigo "el que se queda dormido"y listo, lo hice tan agresivo que mire esa última expresión de terror en su rostro y hasta un grito luego de soltar.
Casi tambaleándome fui en busca de Melissa, mi pequeña y deliciosa invitada, tirada por el alcohol en pleno pasillo,dormida. La levanté para llevarla a mi cama, este pequeño dulce, gozaba el privilegio de mis sábanas.
Le desperté poco a poco, preguntó por los demás, yo cuidaré de ti -le dije muy pausado en el oído-. Le dí un beso, primero se asustó, luego comenzó a cederme su lengua poco a poco, su boca tenía el sabor de su aroma: dulce. Le quité la ropa y besé su platinado cuerpecillo. Le gustaba, el encantaban mis dedos, labios y lengua por su cuerpo; se retorcía, gemía tan elegantemente. Pequeñas degluciones repartidas, hasta que pidió más, y yo, sólo bebí más. Quedó ahí, entre un orgasmo y la muerte, tan hermosa, tan linda, me recordaba a las preciosas musas clasicistas. Me quedé contemplándola un largo rato hasta notar el claro en las ventanas. Tan dopada con el aterciopelado elixir de Melissa que era capaz de recibir el día ahí, recostada junto a su cadaver, mirándole.. Pero resulta que soy más lista que romántica.
Amarré a Demian fuerte, más formol y que aguarde hasta la Luna.
Era hora de dormir, después limpiaría mi desorden del festín.
Ya estando ahí, con la tapa encima y en los segundos previos al sueño lo sentí de nuevo, ese hueco en el pecho, un hueco que ni Melissa lograba evitar. .... Continúa.

Me acuerdo bien.

Camino. Me duele la cabeza, también los pies, mucho. No recuerdo casi nada. Estoy mareada y tengo nauseas. Siempre he sabido que entrar es igual a salir de esta manera. Creo que fueron cuatro días, si tan solo pudiera precisar la fecha. No consigo enfocar, mirar bien. Hay dos puntitos negros, como hundidos en la retina que acompañan el movimiento del ojo. Me los tallo, nada consigo. Vomito tras ese puesto blanco metálico. La gente observa. Devuelvo líquido amargo, amarillo, me quema la tráquea garganta, me duele desde el estómago. Limpio la boca. Camino temblorosa. Necesito sentarme un momento. Recargo la espalda en el árbol seco. Respiro, intento respirar, onda y largamente. Escalofríos. Frío. Sudor. Temblor. Creo que tengo fiebre. ¿Por dónde dijeron que debía irme?. Mejor duermo otro rato aquí. No, el sol arde. Levantarse ha resultado empresa dura. No puedo caminar a prisa, las plantas de los pies me matan, duelen hasta los huesos. Puedo percibir mi hediondez, me revuelca todavía más las entrañas esta fetidez que despido. Ahí hay sombra. Acostarse lástima, los moretones y cortadas de la espalda me obligan a quejarme. Tengo hambre. No sé a dónde ir porque ni siquiera sé dónde estoy. Quiero ir con él. Sí, me acuerdo bien de cuando estoy con él, de cuando estuve. Olía bien. Besaba bien. Me abrazaba bien. Quiero estar acostada con él. Dormir, sólo dormir con él. Viene de nuevo. Vómito justo a un lado. Me levantan dos policías mientras aún vomito. ¿Qué dicen? No había estado antes dentro de una patrulla. Me dejo caer en el asiento. Me duele la vagina. Me duele el ano. ¡Hijo de Puta! Le he dicho cuanto me duele lo haga por detrás. La enfermera es muy gorda. Brusca, tosca. Lastiman sus manos mientras revisan. Puedo sentir su asco al quitarme el pantalón. Eliza, me llamo Eliza. Sí, dormir, mejor dormir, aunque esta silla sea tan dura. Ya es de noche. Ahí está mamá. De nuevo está ahí. Subo al auto. No hay palabras. Espero que haya puesto llave a la puerta. Mi cama, por fin. Mañana tomaré un baño. Me despierta el peso de su brazo. ¡Qué delicia! Siempre huele tan bien. Duerme. Lo miro mientras duerme. Me acurruco bien entre sus brazos, entre sus piernas. Que me arrulle su respiración. Quiero dormir. Aprieta un poco más mi cuerpo al suyo. Cuanta paz. Duele. Necesito abrir los ojos. Gritarles que no muerdan más. Jala mi cabello. Me escupe. Uno muerde, el otro penetra. Trago tierra. No hay más sólo tierra, hierba y más tierra. ¡Perra drogadicta! No es la primera vez que lo escucho. Perdí. No quiero terminar aquí, pero quiero terminar ya. Golpean mi rostro. Trago sangre. Consigo apenas entre abrir los ojos para verlos. Sus sucios rostros. Aún traen el uniforme. ¡No me mires perra estúpida! Él golpea ahora directo a mi ojo derecho. El pene del otro está en mis labios. Su semen se embarra en mi cara, se escabulle por mi nariz. Una bolsa. La aprieta fuerte. La última ansiedad. Sólo quiero dormir.