lunes, 9 de enero de 2012

No es que no lo sepa.

No es que no lo sepa, hago como que no lo sé, como que no sé que me engañas, que juegas a la doble vida, lo sé, siempre lo he sabido, desde aquellas primeras hace ya unos lejanos veinte años. He sabido de cada una, las he contado, veintiséis en total, casi una por año, alguno con dos a la par. No puedo no recordar a Sofía, cuan enamorado estuviste de Sofía, no te podías concentrar, me abrazabas con euforia, con ojos de Sofía, porque ya en la intimidad, abrazados, haciéndonos el amor, amabas a Sofía, la pensabas, la ponías en mi cuerpo y yo jugaba a ser Sofía, me entretenía, me gustaba se alguien más, ser Sofía, me sentía con esos años menos y la figura estilizada y perfecta que dan los diecinueve, a veces, caminando en la calle o en el super intentaba ser Sofía, caminaba por la calle fresca , cándida y ávida de placeres. Pero Sofía se fue, no duro mucho, cinco meses y ese enamoramiento se te acabó y también, penosamente, tuve que enterrar a Sofía, y me dolía, y entonces si me ponían mal tus juntas por la noche, tus reuniones de amigos que no existían, me ponía mal que me rebajaras a una Rebeca,o a una Leticia, o a una Carmen, o a una Monica, porque ninguna era más bella que yo, eran simplonas, eran sin nada.
Cuatro años más tarde, luego de una Alicia, llegó Jade a nuestras vidas. Ahí estabas tú de nuevo con suspiros de adolescente, con divagaciones a la mesa, con los ojos cerrados en la cama, en mis abrazos. Jade con sus tiernos pero ya vividos veinticinco años te hizo afeitarte la barba, cambiar aseñoradas corbatas por elegantes camisetas y a mí, a mí me dio un corte y color nuevo en el cabello. Supe casi desde el principio que Jade sería importante, superando por mucho a Sofía y lo debo confesar, sentí algo de miedo, miedo a que te llevara completamente con ella, entonces me volví mañosa, dándote chantajes sentimentales en el cereal de la mañana.
Nuestros hijos ya no eran unos niños, ya no te necesitaban a su lado forzosamente. Entonces me convertí en Jade, y me esforzaba por se más Jade que ella misma, pero no pude evitar ese par de vacaciones con ella en Europa y Los Cabos. Cuanto lloré aquellas semanas, lloraba amargamente, ni siquiera entiendo bien porqué lloraba, pero se me incrustó un terrible infantil de abandono, por primera vez me sentía abandonada, esta ocasión ni las tarjetas, ni mis desayunos me hacían sentir mejor, tuve tanto terror que jamás habría conseguido imaginar que sería ella quien te dejaría un mes después de los hermosos Cabos, Jade termino siendo más Jade que yo con todo y mis esfuerzos, ella resultó más inteligente y práctica. Y ahí estaba yo intentando suavizarte el enojo, la depresión, la irritabilidad del diario por su partida. Intenté conservarte a Jade en la habitación, en el subconsciente mientras se te moría el amor por ella, y es que a ella con cuanta pasión la besabas.
Un año completo te tomó desprenderte, un año sólo conmigo y con mis tintes difuminados de Jade. Compramos muebles nuevos, vistamos Grecia, tuvimos un fabuloso año de casados, casi como si apenas estuviéramos conociéndonos, y quizá sí, quizá si era eso lo que ocurría, pero con todo y lo placida que me sentía nunca me acostumbre a ello, estaba segura de que terminaría, puedo decir que me hubiese encantado tener otro más como ése, o que se prolongara a tres, tal vez hasta cuatro, pero entonces hizo su incursión Elena.
Desprecié a Elena desde el comienzo, no por haberle dado fin a nuestra "Luna de Miel", la desprecié por lo ordinario de su persona, porque no concebía a una Elena luego de Jade, luego de mí. Fue sólo con ella con quien encontrabas mis malas caras en tus llegadas a las dos de la mañana, o mi sarcasmo en el desayuno, un sarcasmo bastante bien maquillado, de tal manera que culpabas muy seguro de ti mismo a mi no muy lejana menopausia de mis malos humores. Elena aún siendo tan obviamente burda vivió en nuestras vidas casi un año y medio, un año y medio que me amargaron un tanto el espíritu, hasta que por fin desapareció y a mí me llegó una satisfacción indecible, porque fueron muchos mese sin ser yo, sin ser el dibujo de nadie.
Los años se iban como agua, uno todavía más delgado que el anterior. No había manera de detener el paso del tiempo por mi rostro, por mis senos, por mi salud, los males comenzaron a invadirme uno a uno, encaminándome a la inevitable vejez cenit que algún día llegará. Con nuevas arrugas en el rostro y cada vez más medicamentos en el buró mientras se colaban en tus sueños y en los míos Tania, Elizabeth, María, Úrsula, Abigail, Diana, Teresa, Cristina, Salome, Pilar y Karla. Todas ellas tan pasajeras, tan de oficina, no más. Ambos recordábamos a Jade, y yo, algunas ocasiones a Sofía. Tú reafirmabas tu masculinidad con todas ellas, experiencia, sabiduría y madurez, a mí, a mí se me tupía el cabello de canas y necesitaba más maquillaje con cada día, con da una de ellas, con sus esqueletos en mi piel. Pero seguía ahí, continúo aquí, a tu lado, en esta cama que se hizo más grande con las décadas, con recuerdos de lo que eran tus besos, de lo quera nuestra intimidad, porque hasta sábanas separadas coloqué para no destaparnos por la noche, con las mismas excusas de madrugada que ya ni si quiera te pido, que las dices como un paso más de nuestra rutina, escusas que ya ni escucho, porque ya no te espero despierta.
Aurora, la última y Gloria, Gloria que descarada e intencionalmente deja su lápiz labial por algún lugar de la camisa, Gloria con su saluda tan sobradamente cordial de todas las mañanas al pasar a dejar tu café insípido que también es parte de nuestra rutina de todos los días.
Aquí estoy yo, yo que soy una extensión de ti, que nunca te aprendí nada, que nunca pude tener a nadie más, yo que tristemente no he tenido una vida propia, que no logré en estos mis cincuenta y cuatro años convertirme en una persona, en algo que no fuera el concepto perfecto de tus necesidades, en un molde detallado de tus gustos, de tu caprichos, de todo lo que eres tú; yo un reflejo borrosos de ti, que cobraba algo de vida hurtando pedazos de Sofía, de Jade; que vivía por medio de ellas; yo que ahora te digo que no soy ninguna persona, que necesito hacerte comprender que continuaré aquí, porque no tengo más nada que hacer, porque ahora si temo ser absolutamente remplazada por una piel joven ya sin los hijos en casa; yo seguiré siendo el modelo sofisticado que todo empresario maduro necesita para sus reuniones con veteranos. Sigo para ti, de ti.

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