sábado, 8 de agosto de 2009

Llegaste
Tan fugaz como te marchaste
Y en ese amistoso beso en la mejilla que diste al saludarme me sembraste por debajo de la piel la intriga.
Me decías –“Siento que no debo estar aquí”-, debajo de la Luna, debajo del frio, en esa obscura y carcomida azotea; mientras, yo, ansiosa, me enterraba las uñas deteniendo el sincero pensamiento que me guerreaba dentro por escaparse, escaparse a ti, a tu boca, a tus oídos; quería gritarte –“Estás aquí para mi, para ser yo de ti”-. Pero me gano la cordura y me cancero la acida intriga.
Tú, tan mágicamente inocente, tan liviano y confundido. Ya estás lejos y a cada Luna más me devora las entrañas ese cáncer que dejaste

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